Reto Módulo 1
Género y pobreza de tiempo
Recientemente se ha publicado en el espacio de noticias de CIBER (Centro de Investigación Biomédica en Red) una referencia a los resultados de un estudio liderado por la investigadora Lucía Artazcoz del área de Epidemiología y Salud Pública del CIBER (CIBERESP) acerca de la “pobreza de tiempo” y su conexión con la salud, especialmente en relación con las diferencias de género.
El equipo de investigación analizó los datos de la Encuesta
de Salud de Barcelona 2021, que se realizó tanto a trabajadores como a
trabajadoras de entre 16 y 64 años. La principal conclusión de dicho estudio
fue que “la pobreza de tiempo era más frecuente en las mujeres, fundamentalmente
debido a la cantidad de tiempo que dedican al trabajo doméstico y de cuidado,
lo que significa que tenían menos tiempo disponible para dedicar a actividades
remuneradas y no remuneradas”.
En
el estudio se asegura que “en ambos sexos, la pobreza de
tiempo está relacionada con el número de hijos, pero mientras que entre los
hombres la pobreza de tiempo no estaba asociada con ningún indicador de salud,
entre las mujeres se relacionaba con mal estado de salud mental, pocas horas de
sueño, mala calidad del sueño y baja actividad física en el tiempo libre”.
Estas
conclusiones me recuerdan algo que siempre decía mi abuela: “mi jordana laboral
es de 24 horas, incluso mientras duermo…” Mi abuela era maestra en una escuela
primaria y al llegar a casa tenía que seguir ocupándose de los dos nietos que
tenía a su cargo porque fue de esas abuelas que por determinadas circunstancias
de la vida tuvo que asumir el doble rol de “madre-abuela”. Fue un rol adquirido
porque el resto de la familia, en su mayoría hombres (incluido mi padre)
consideraron que debía ser ella quien debía heredarlo por ser “la madre de mi madre”.
La principal desigualdad que se evidencia aquí es que el
ser madre para las mujeres se ha convertido en una “profesión” a la que dedicar
gran parte de las horas del día sin dejarle mucho espacio para realizar otras
actividades que puedan satisfacer otros tipos de intereses o necesidades, lo
cual repercute de modo significativo en su salud.
Evidentemente, esta es una de las
consecuencias de la socialización diferencial de niñas y niños que también
se refleja en lo que algunos autores denominan “división
de género del trabajo”, que ha “predeterminado” que el trabajo
doméstico es una función atribuible a las mujeres; o también la creencia de que,
en la medida en que haya más hijos en la pareja debe ser el hombre quien
dedique más tiempo al trabajo remunerado porque es su “deber” aportar más
ingresos en el hogar.
La pobreza de tiempo en las mujeres, especialmente
en las trabajadoras, podría reducirse implementando estrategias que reconozcan,
reduzcan y redistribuyan el trabajo de cuidados no remunerado, por ejemplo, a
través de iniciativas locales para aumentar los servicios públicos asequibles y
de calidad para la atención a las personas dependientes.
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